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LEY DE LA ACCIÓN

 

Es muy fácil hablar y prometer, más ni las palabras ni las buenas intenciones mueven al mundo, lo único que al final importa es lo que estemos dispuestos a hacer por lograr la felicidad… ¡y hacerlo! Hemos cometido el error de permitir que nuestro hacer dependa demasiado de nuestro sentir al grado de que, si no nos sentimos “motivados” para hacer algo, no lo hacemos – o lo hacemos mal, por hacerlo de malas, aun tratándose de algo importante y valioso. Somos nosotros los que construimos nuestro propio cerco – que muchos llaman “zona de confort”, aunque no sea nada confortable en la práctica – que nos impide con el tiempo ponernos en movimiento desde la voluntad, aunque no contemos con el respaldo de lo emocional.

 

Si a eso agregamos las dificultades naturales que solemos experimentar cuando nos proponemos algo valioso y que, por lo mismo resulta exigente, resulta que encontramos mil y una excusas para no actuar y lamentarnos de lo difícil que es “hacer realidad nuestros sueños”. Actuar decididamente requiere de buenas dosis de determinación, desprendimiento y constancia cuando de lograr algo o de mejorar se trata. Y no todos están dispuestos. En realidad, la mayoría de los que fracasan en la vida no lo hacen por falta de inteligencia o de oportunidades en la vida, o incluso de talento; suelen fracasar por falta de disposición a pagar el precio del éxito por lo que se dejan arrastrar por el miedo, el apego y la inconstancia.

 

Todos disponemos por igual de días de 24 hrs pero no todos disponemos del mismo nivel de compromiso en el manejo de nuestro tiempo y espacio para seguir paso a paso el proceso que nos conduce al logro del objetivo que buscamos en nuestra vida. Todos somos libres, más no todos somos “responsables”, y la responsabilidad nos lleva a actuar y a responder frente a las exigencias de la vida; los irresponsables simplemente “reaccionan” impulsivamente ante los eventos que se les presentan empeorándolos con frecuencia. 

 

Ciertamente es importante aprender para entender cómo funciona el mundo, pero muchos aprenden y no hacen nada con su conocimiento, simplemente lo almacenan, lo acumulan, junto con su ansiedad y frustración. Y los hay que ni aprenden, son los que desperdician su tiempo y energía tratando de entender porque el mundo no es como “debería” de ser. El poder interior, pues, se mide por lo que somos capaces de hacer, no simplemente por lo que sabemos o por lo que decimos que haremos. La ley de la Acción nos plantea que lo que nos configura nuestra forma de ser es lo que hacemos – o lo que dejamos de hacer – día con día, no lo que decimos ni mucho menos lo que aparentamos.  

 

Actuar no es fácil en el mundo de nuestros días; fuerzas poderosas de incertidumbre e inercia se presentan por doquier. Aun así hay que actuar. Las palabras pueden convencer, las ideologías pueden atraer, las ideas pueden abundar y las intenciones pueden impresionar. Más convertir las palabras, las ideologías, los conceptos, las ideas y las intenciones en realidad requieren de acción y la acción consume energía, requiere sacrificio. Hemos de sobreponernos a la inseguridad, la apatía, el letargo, los pretextos y una serie de “buenas razones” para no ponernos a remar cuando ha dejado de hacer viento en la travesía de nuestra vida. ¿La razón? No disponemos de todo el tiempo del mundo para hacer realidad lo valioso que tengamos que hacer antes de morir.

 

Muchas personas esperan hasta que su situación se vuelva insostenible y el dolor inaguantable para poner “manos a la obra” y hacerse cargo de la situación. Ciertamente el cambio requiere de cierta inconformidad con la situación actual y de la disposición de esforzarnos y disciplinarnos, pero no requiere de sufrimiento, a menos que lo permitamos. El problema consiste en que caemos en la trampa de la motivación. Esperamos una especie de “permiso” interno para actuar una vez que el miedo se ha marchado y el entusiasmo nos ha inundado el ser. Más la acción orientada a lo importante de la vida ha de sustentarse en la voluntad, la fortaleza que procede desde nuestro ser y no en la frágil estructura de lo emocional. El valor y la integridad son superiores al entusiasmo y el capricho, entonces hemos de decidirnos a actuar con todo y el miedo que podamos experimentar.

 

El coraje y la determinación cobran sentido precisamente cuando se experimenta miedo y resistencia interior a actuar. Cada día tendremos la oportunidad de enfrentar el miedo y de superar la inercia de nuestros viejos y obsoletos hábitos y actuar de cualquier forma, a pesar de ello, o precisamente por ello. No estar motivados no es impedimento real para hacer algo, ser indiferentes, mediocres o mezquinos sí que lo es.

 

 

¡Hasta la Próxima!

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